LOS MEJORES COMPAÑEROS
Habida cuenta de haber dado, ojalá, el paso descrito la semana pasada, del
doloroso ataque a nuestra vanidad de aceptar que sólo poseemos, cuando mucho, el
reflejo de una pequeña porción de la verdad; bueno sería que el siguiente paso
lo demos en la sabia elección de nuestros compañeros de ruta. Podemos y debemos
respetar las ideas ajenas, pero usted y yo sabemos con quiénes nos gustaría
caminar hacia el futuro.
Quizá parezca demasiado infantil pensar que hay otros de quienes acompañarse.
Quizá se me acuse como otras veces de ser un ridículo optimista. No faltará el
que piense que es el discurso de un anacrónico guerrero "naive" sosteniendo la
fuerza irremediable del amor y la esencia bondadosa de las personas. Pero en
fin, eso soy y debo convivir con ello. Digo y repito mi pedacito de verdad: El
mundo no está irremediablemente perdido.
Para probarlo contaré esta historia que sucedió hace pocos años.
En una escuela de niños especiales, que tenían que tenían en común padecer de
síndrome de Down, se organizó en primavera una jornada de Olimpíadas. Todos
participaban por lo menos en alguna competencia y varios de ellos en muchas. El
fin de la tarde era en la pista central de la escuela donde se correría delante
de padres e invitados la carrera de los cien metros llanos.
La carrera tenía diez corredores que tenían entre 8 y 12 años. El profesor de
educación física los reunió y con buen criterio educativo les dijo:
-Jóvenes, a pesar de ser una carrera, lo importante es que cada uno de
ustedes de lo mejor de sí. No es importante quién gane la carrera, lo que
importa es que todos lleguen a la meta. ¿Comprendieron?
-Sí, señor -contestaron los niños y las niñas a coro.
Con un gran entusiasmo y ante el griterío de familiares, compañeros y
maestros, los corredores se alinearon en la partida. Y tras el clásico
¿preparados?, ¿listos?, el profesor de gimnasia disparó una bala de fogueo. Los
diez empezaron a correr y desde los primeros metros dos de ellos se separaron
del resto. De repente la niña que corría en penúltimo lugar tropezó y cayó. El
raspón en las rodillas fue menor que el susto, pero la niña lloraba por ambas
cosas. El jovencito del último lugar se detuvo para auxiliarla, se arrodilló a
su lado y le besó las rodillas lastimadas. El público se puso de pie,
tranquilizándose al ver que nada grave había pasado. Sin embargo, todos los
otros chicos giraron hacia atrás y al ver a sus compañeros volvieron sus pasos
hacia atrás. Al juntarse consolaron a la jovencita que cambió su llanto en una
risa cuando entre todos tomaron la decisión: el maestro les había dicho que lo
importante no era quién llegara primero, así que entre todos alzaron a la
compañera y la cargaron rompiendo la cinta de llegada todos a la vez.
El periódico local ponía en su nota del día siguiente, con toda precisión:
"La emoción más intensa de las Olimpíadas especiales de ayer fue la carrera de
los cien metros llanos. Si usted no estuvo pregunto a los asistentes: ¿Quién
ganó? Le contestarán lo mismo: -En esa carrera ganamos todos."
Puede que sea intimidatorio darse cuenta de todo lo que tenemos que aprender
todavía, pero tenemos algunas noticias alentadoras, también tenemos de quién
aprender.
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